martes, 23 de junio de 2009

la triple AAA se llevó a mi chica



El compañero (q.e.p.d.) Joey Ramone era un joven del Queens neoyorquino, liberal (en el sentido yanqui de la palabra, claro) de izquierda, carne de terapia (sufría un trastorno obsesivo-compulsivo) y judío.

El compañero (q.e.p.d.) Johnny Ramone era un joven del Queens neoyorquino, derechoso, nacionalista mazorquero, peleador callejero y delincuentón juvenil.


El agua y el aceite; si no fuese porque los unía, a pesar de todo, su amor por el barrio, los jean rotos, las camperas de cuero, la joda y, por sobre todas las cosas, el rocanrol. Ese amor pudo más que las de otro modo insalvables diferencias, y así nacieron los únicos, los irrepetibles, los insuperables: los Ramones.
Lo cual no implica que llegaran jamás a apreciarse uno al otro. Se detestaban. Vivían peleándose. Hasta que llegó el punto culminante de la enemistad, cuando Johnny le sopló la novia a Joey, el cual --romántico incurable como era-- jamás superó el golpe. En venganza, Joey escribió el himno mayor a la chicana de la historia del rocanrol: The KKK took my bay away, cuya traducción aproximada titula este post. Chicana, digo, porque por right wing que fuese Johnny, su única actuación posible en el KKK podría haber sido la de colgar del extremo de la cuerda en algún linchamiento...

No sé como habrá tomado Johnny la cosa, pero la verdad es que tocó la canción unos centenares de miles de veces, y como si nada. Porque era un temazo, tal vez. Como sea, se la bancó cual duque. Eso sí: quedándose, por cierto, con Linda, la chica en cuestión, con la que se casó y convivió hasta su muerte.
El episodio polleril terminó de romper la relación. No volvieron a dirigirse la palabra, literalmente, durante casi 20 años, hasta que Joey se nos quedó en un linfoma.

Cualesquiera otros, compañeros, habrían disuelto la banda ya por entonces, sin más. Pero no. Odiándose a muerte y sin hablarse, jamás le sacaron el cuero al estudio de grabación ni al escenario. De otro modo, los Ramones no habrían sido más que una de esas bandas de los 70's, rarezas de culto, que después los periodistas especializados dicen en los documentales de VH1 que influyeron y marcaron a otros músicos mucho más famosos, bla bla y etc., y punto. Tipo New York Dolls o Television, digamos. De acuerdo, pero no habrían sido los que fueron: los que dieron vuelta el rocanrol, los del antes y el después, los que ocupan un lugar en el panteón juento al compañero Elvis, Los compañeros Beatles, y no muchos más (si es que alguno).

Se la bancaron por muchas razones. Por amor al al poder, al éxito y al dinero, seguramente (aunque obtuvieron, sobre todo de este último, bastante menos del que deberían haber obtenido); pero no menos, supongo yo, porque debían sentir que los Ramones eran algo mucho más grande que ellos, que sus propios egos y rencillas; algo que los superaba y trascendía, algo que no se abandona así porque sí. Los Ramones eran mucho más que una banda musical: eran, son, un movimiento.
Pudieron seguir unidos porque, a pesar de todo, ninguno de ellos curzó ciertas líneas que no había que cruzar. Si alguno, por caso, hubiese propuesto grabar un LP conceptual con un lado que fuese un solo tema de 25', ahí sí que se pudría.
Pero fundamentalmente se la bancaron, creo yo, porque debieron haber tenido muy en claro que, por mucha irreconciliabilidad que hubiese entrambos, ninguno de los dos era el verdadero enemigo del otro. No, compañeros. Sabían, muy bien sabían, que si cedían a sus impulsos personales y se dedicaban a lanzar carreras solistas, quiénes se les venían y los pasaban por encima:


Que así no sea.

Conclusión: calma, compañeros. Que, más allá de cómo nos vaya el domingo, se trata de que, si la humanidad halla la manera de colonizar algún planeta de otro sistema solar antes de que el nuestro colapse, el primer local político que se abra en el nuevo mundo sea una Unidad Básica.

PD: no puedo dejar de recordar al compañero (q.e.p.d.) Dee Dee Ramone, el bajista, el que gritaba el famoso one-two-three-four, alto personaje, confeso ex taxi-boy para rascar ese mango, adicto a la heroína, que se casó con una argentina y vivió un tiemop en Bánfield, donde la gente del barrio (mucha sin ni idea de la leyenda con que se codeaban) lo llamaban Tití.
Y de postre, esta versión y no otra, compañeros, porque este humilde soldado de la causa populista andaba por ahí abajo: